Carlos Gardel – El pañuelo de Gardel

En el invierno de 1933 San Juan acogía nada menos que a Carlos Gardel, figura que ya estaba en la cúspide de su estrellato. El cantor de Buenos Aires cumplía una gira por el interior del país y llegó a nuestra provincia el lunes 3 de julio, proveniente de Mendoza. Esa misma noche cantó en el celebre «Cine Cervantes», ofreciendo luego otros espectáculos. Esa noche aquel local colmó sus instalaciones con un público sobrecogido por sus inigualables dotes artísticas.

Gardel fue nuestro huésped durante tres días, en los cuales cautivó al público, no sólo con sus canciones sino también con su seductora simpatía, mostrándose cordial y ameno a todas las requisitorias y tratando de cumplir con todos los compromisos contraídos. Del innumerable anecdotario que recuerdan algunos testigos, rescatamos una campechana historia que lo pinta cabalmente al «Zorzal Criollo». Sucedió en una ocasión en que Gardel acudió a almorzar a un restaurante típico de aquellos años, conocido como «Bar Automático», ubicado en la esquina noroeste de Mendoza y Laprida. Una vez pasado el revuelo que causó su presencia, el cantor, acompañado por un grupo de amigos y allegados, pidió para almorzar uno de los platos por los que sentía predilección: «Panza con papas» y a continuación solicitó hablar con el cocinero, por ese entonces un joven veinteañero, llamado José Benito Flores, para pedirle algunos detalles que a él le gustaban en la preparación de su comida preferida. Luego de una agradable plática y llegado el momento de partir, Gardel pidió hablar nuevamente con el cocinero, pero esta vez para agradecerle la atención brindada y felicitarlo por tan exquisito almuerzo. Como reconocimiento y en un inusual gesto, Gardel le obsequió al sorprendido José, un hermoso pañuelo blanco, adornado con un pimpollo de clavel rojo, que traía elegantemente en su cuello. El joven sanjuanino usó con orgullo aquel hermoso regalo durante muchísimos años, tangible recuerdo de la generosidad del cantor criollo. Según los informantes de esta anécdota, años más tarde, cuando sucedió el terrible terremoto de 1944, el agraciado José Flores salvó milagrosamente su vida. Y fue en esta ocasión, cuando nuevamente quiso el destino que el pañuelo de Gardel ofreciera un último servicio a su desafortunado dueño. Con aquel pañuelo vendaron su mano herida y lo llevaron al hospital. Lamentablemente y como consecuencia de aquella agitada jornada, el pañuelo se extravió. Sin embargo, el recuerdo de tan hermoso presente y su último servicio, nunca fueron olvidados por José.

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