Tango – Sí­mbolo de la porteñidad

Brilló como compositor, como maestro de cantores, como director. Aquí, perfil de un mito llamado Pichuco.

Este auténtico símbolo porteño no necesitó mitología para penetrar para siempre en el mejor palacio de los recuerdos argentinos. Troilo, rostro de santón pecador, cara de Buda, bondad que le rompía los bolsillos y un talento inconmensurable para fabricar un tango a su medida murió hace 30 años. Nadie sabe si se lo extraña más por su bandoneón, por su orquesta o por su registro de formidable compositor. Hay, sí, un lugar común: dejó vacante para siempre su categoría de gran tipo, bohemio, generoso, contenedor, sabio en las raras frecuencias que suele dar la noche y el barrio.

Troilo fue un mago que sabía quemar la vela por las dos puntas. Como músico, a secas, tuvo tono, registro diáfano, sensibilidad y buen gusto. Marcó diferencia: lo mejor de los melancólicos años 40 se pueden percibir en su obra y en su orquesta.

Nada fue casual en su trayectoria musical ni en su peripecia personal. Por ello, resultaría hasta antojadizo privilegiar algún momento de Anibal Troilo. Detector de cantantes, oreja de diapasón, a cada uno de los elegidos le dio su signo y su sentido místico de la interpretación.

La cigí¼eña depositó lo que sería leyenda troileana en 1937. Precisamente Marabú se llamaba el mitológico cabaré en el que debuta con su primera formación orquestal. Es poco más que un adolescente. Marabú es el nombre de una cigí¼eña africana: Pichuco pondría el resto.

En su categoría de compositor, sus títulos solo necesitan la enunciación para ser ponderados. Tal fue la riqueza musical de su obra que, independientemente de la calidad de los versos, puede paladearse a secas, desprendida de la intención de cobertura tanguística para la que fue creada. Trabajó con los mejores poetas y de todos extrajo lo mejor. Su colaboración con Homero Manzi marca tres hitos: Sur, Barrio de tango y Che bandoneón. Con Cátulo Castillo â??otra de sus almas gemelasâ?? llegó al paroxismo con La última curda, pero también habían bordado La cantina, Una canción, María. Con Cadícamo hizo Garúa, Pa’que bailen los muchachos. Con Expósito, Te llaman malevo. En lo instrumental, dos jalones de antología: la milonga La trampera y el tango Responso, con el que despidió y homenajeó a Manzi.

Había nacido el 11 de julio de 1914 en Palermo, debutó con su fueye a los 14, con gesto de gorrión asustado, a pocas cuadras de su casa, en el Petit Colón de Córdoba y Laprida. Lo demás sobra: cosechó legiones de amigos, abrió paisajes silvestres para el tango, inventó timbres en su bandoneón que se fueron con él. Todavía se lo silba y eso es la prueba que está vivo, seguramente sonriendo y comprendiendo todo con su voz de raspador.

http://www.clarin.com/diario/2005/05/18/espectaculos/c-00501.htm

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